Por Emilio Ruiz Trueba
Bibliotecario Museo Etnográfico de Castilla y León
El almanaque es un claro ejemplo de eso que se considera literatura menor. De hecho, hay autores que la incluyen dentro de la literatura popular o de cordel ya que en sus primeras ediciones, al igual que las coplas de ciego o romances, se comercializaban colgados de cordeles en las librerías o eran vendidos de forma ambulante.
Este tipo de literatura, al tener desde su concepción un carácter efímero y perecedero no ha sido objeto de atención preferente en bibliotecas o archivos y los investigadores del papel, salvo importantes excepciones, no se han centrado en esta tipología de literatura popular.
Generalmente, los almanaques se trataban de publicaciones de pocas páginas en formato dieciseisavo y carente de ilustraciones en su interior, salvo la de la cubierta exterior.
Impresos en papel de muy baja calidad, favorecían el acceso a ellos por su bajo precio pero a la vez ha dificultado su conservación.
En sus orígenes, los almanaques estaban concebidos casi como una herramienta de trabajo para la gente del campo, muy centrados en la meteo-prognosis o en los ciclos lunares, así como consejos breves sobre agricultura o ganadería.
Con el tiempo y gracias a lo económicos que resultaban los almanaques para las clases más populares su lectura fue generalizándose entre la población menos alfabetizada, llegando a tener una importancia vital en la culturalización de los menos favorecidos.
De hecho, los almanaques fueron ganando en paginación y en contenido, sumando a los pronósticos climatológicos un sinfín de contenidos relacionados con la cultura popular, como refranes, leyendas, cuentos, romances, etcétera. Asimismo, fueron incluyendo ilustraciones en su interior.
De hecho, D. Pedro Calvo Asensio, fundador y director del almanaque La Iberia, escribe en la introducción del dedicado al año 1860 lo siguiente:
“Un almanaque es ojeado constantemente durante un año por el hombre de estudio, por el artista, por el artesano, por la madre de familia, por el niño que deletrea, por el estudiante, por el fámulo y por toda persona de cualquiera clase, sexo o edad que sabe leer: y si ese libro contiene artículos curiosos, amenos e instructivos se guarda después con aprecio para ser consultado en muchas ocasiones: en una palabra, ese libro forma el paladar literario y político del niño y da campo a la meditación en las inteligencias ya formadas”.
Lo curioso del asunto y como ya apunta en esta cita Calvo Asensio, dado el éxito de los almanaques en las clases populares, fueron las élites burguesas las que dieron otra vuelta de tuerca más a este humilde subgénero literario que, de repente, empezó a eclosionar en forma de almanaques con diversas tendencias políticas, ricos en ilustraciones y con contenidos ya menos populares, en lo que podría denominarse una elitización del almanaque.